miércoles, 16 de febrero de 2011

Compromiso, democracia, anonimidad y poder social.

Formar parte de una sociedad no supone sólo el correcto cumplimiento de las normas coercitivas, que nos marcan el ordenado y pacífico devenir diario dentro de un grupo. Sino que implica asumir el amplio espectro del compromiso con la sociedad, con el otro y con el sí mismo.

En los tiempos en que nos vemos envueltos, estas normas son esquivadas, disfrazadas y en ocasiones pasadas por alto, para crear un espacio a nuestra medida dando prioridad a los intereses privados de las grandes empresas y también, a los intereses particulares de cada individuo.

Este argumento argüido desde los tiempos de revolución preindustrial con el surgimiento del capitalismo, marca hasta la fecha los acontecimientos histórico-sociales.

Si bien, hasta no hace mucho, esos intereses se correspondían a réditos y aprovechamientos financieros y territoriales; durante el transcurso del siglo XX hemos sido espectadores de una tendencia in crescendo de la necesidad de poder, no sólo dentro de ese marco de posesión material, sino también en un marco de control vital de todo aquel que vive bajo el paraguas restrictivo mencionado.

La absoluta asunción del sistema organizador, nos ha narcoleptizado hasta tal punto que la reacción es inexistente, la asepsia es absoluta y la acción no viene demarcada por la individualidad sino por patrones externos.

Sin embargo, las grandes hazañas de una época, parecen querer despertarnos actualizándose como prístinas revoluciones que comienzan a sucederse.

Torpes, tímidos y perezos empezamos a actuar. Pero, nos topamos con algunas dificultades originadas por la permutación de los valores, en defensa de sistemas políticos que “nos protegen”, que lejos de ser correctos y fieles a sus representados son capaces de nublar la acción personal.

Lamentablemente, la anonimidad del pueblo en la actualidad es sinónimo de invisibilidad. Y subrayo lamentablemente porque, la anonimidad es realmente el arma más poderosa para poder tener el propio control de nuestras vidas.

La posición acomodaticia que nos marca la cotidianeidad frena la movilización y la entrada en el espacio público. Esfera que debiera ser compartida con ese recinto personal y privado en el que nos sobreprotegemos. La espontaneidad ha sido cercenada y hemos olvidado cómo gestionarla.

La presente reflexión, viene motivada por un suceso tan puntual como curioso, que se dió tras la manifestación "se non ora quando" con origen en Italia y que fue protagonizada y promovida por la ciudadanía, a raíz de los innumerables escándalos de los que ha sido eje el representante del "Bel paese"; y que tenía como principal objetivo la declaración de la dignidad de la mujer y, en un segundo y alejado plano la defensa de la imagen de un país que está siendo mancillado por el poder caústico de una imagen tan carismática como manipuladora.

La manifestación a la que se hace alusión, tuvo éxito en Italia, y tuvo también sus réplicas en otras capitales europeas como Madrid.

Hasta aquí aparentemente todo correcto, hemos sido espectadores de una correcta comunicación democrática transversal, donde no prepondera el Estado mínimo en tanto que, se ejerce un derecho de segunda generación del que la ciudadanía goza.

Sin embargo, en búsqueda de información sobre dicho suceso en la Capital, no pudo por menos sorprenderme la repercusión mediática -insospechada a mis ojos ajenos como española- generada por la publicación de un post en un blog de un ciudadano italiano residente en España.

En el mismo, se ve reflejada una opinión personal sobre el desarrollo del Flash Mob que tuvo suceso en Madrid como soporte a la gran manifestación italiana del pasado domingo 13 de febrero.

El tema de debate tuvo como detonante la pública manifestación de quién o quienes habían organizado dicho evento.

En el suceso de comentarios que han seguido al post en cuestión, se evidencia un juego de opiniones políticas que a mi juicio personal -como audiencia preocupada y sensibilizada por los fenómenos que se están sucediendo en el país vecino- están fuera del contexto que se defiende; que es equilibrar la presencia de una democracia horizontal frente a la monopolización de la comunicación por parte de una figura o partido político.

Hacerme eco de este suceso sordo y escribir sobre el mismo, está originado por esa desviación, en la polémica, del contenido real de la manifestación -que era a mi entender, la demostración de la fuerza del anonimato mediante, el asociacionismo cívico-social, en la defensa de un interés sectorial específico, como es el del trato digno y respetable a la mujer dentro de un espacio monopolizado por un personaje público-.

En ese suceso de opiniones -donde la arena dialéctica ha sido protagonizada por hombres, en su mayoría- las conversaciones políticas marcadas por la subjetividad han dejado de lado el tema central: el de los valores y de los derechos de las mujeres, que realmente y en su origen, deben considerarse alma mater de esta expresión ciudadana.

Algo que debe ser causa de orgullo de un pueblo-nación, se ha visto reducido a nombre personales, a nominativos partidistas y a movimientos pro-políticos (aquí quiero dejar claro la puntualidad del suceso que me sirve para el desarrollo del ensayo).

Esta falta de congruencia y de respeto, para con nosotros mismos y para con la colectividad , que ha tenido esa capacidad de reacción primera, frágil en sus inicios y sensible a todo tipo de alteraciones, me parece inaceptable.

La adopción de una postura protagonista, es equivalente, en este caso a la de las acciones del personaje contra el que la ciudadanía se manifiesta, y que convierte ciertas acciones en pura contradicción.

El instrumento verbal que nos define como ciudadanos plurales, con exposiciones de este tipo, nos es arrebatado e intercambiado por un pensamiento único sin matices, que no es capaz de focalizar la atención en el discurso que se defiende.

Por ello es preciso llevar a la práctica una solidaridad abstracta , acción identificativa y empática que hace viable la obtención de nuevos paquetes de reconocimientos. Dejando a un lado, esa tendencia de autogestión del ciudadano como cliente interno que nos autogobierna y que adopta posturas como las antes comentadas.

El otro” que es nuestro propio reflejo debe preponderar. Esa solidaridad, que requiere un esfuerzo del cual muchos no son capaces todavía, es base de la igualdad y la estabilidad de una comunidad donde la justa convivencia, no depende de los suprapoderes legislativos, sino de una ciudadanía que legitima el poder existente y que debe trabajar unida. Es preciso una reeducación dentro del debate social que debe promover la dialéctica, la comunicación.

La anonimidad es la punta de lanza de la lucha democrática, ya que la desaparición de la misma favorecería la autodeslegitimación. La anonimidad nos hace visibles, nos convierte en fuerza política común, donde la coordinación y la organización debe convertirse en un mecanismo espontáneo y natural que sistematice el éxito de ese deseo de cambio, en el que se ve afectado no sólo un escenario, sino también el espectador ajeno, que es capaz de ver en la lejanía cualquier movimiento que se produzca y al cual también es sensible.

Por ello, es imprescindible subrayar que hagamos uso del imperio de la ley, para conseguir la igualdad, y no para marcar la diferencia.

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